
INFRAESTRUCTURAS RURALES - ISCHILIN
Proyectistas: Manuel Gonzalez Veglia, Tomás Bressan
Colaboradores: Lucía Machado, Candelaria Carello
Obra: Nicolás Mercado, Agostina Ramello, Nicolás Gordillo
Superficie: 800 m2
Estructuras: Fernando Mattiuz, Gustavo Lozano
Fotografías: Gustavo Grion, Manuel Gonzalez
El proyecto responde a la necesidad de apoyar las actividades productivas de un campo ganadero ubicado en Ischilín, provincia de Córdoba, a la vera del histórico Camino Real. Nos propusimos condensar un programa originalmente disperso, que incluía múltiples infraestructuras, actividades y requerimientos, en la menor cantidad de edificios posible, con el objetivo de reducir la huella y reconocer el contexto paisajístico e histórico desde la abstracción y la síntesis material y formal.
Al concentrar tanto la materialidad como las actividades en pocos elementos, el conjunto se presenta como una serie de infraestructuras fundamentales, reduciendo la fragmentación y permitiendo una relación clara y equilibrada con el paisaje.
La propuesta, entonces, se organiza en tres elementos dispuestos en relación con las vistas y la suave topografía, con funciones específicas que actúan como hitos sin intentar domesticar el paisaje:
Una pieza vertical y dos volúmenes apaisados. La torre, visible desde la distancia, transforma la percepción del paisaje y crea un nuevo punto de referencia en el valle, al mismo tiempo que concentra las instalaciones termomecánicas, hídricas y eléctricas, posibilitando el funcionamiento del casco. Por su parte, el galpón sirve como núcleo operativo, albergando el almacenamiento de maquinaria, un taller, oficinas y habitaciones de huéspedes. Finalmente, el quincho se presenta como un espacio social, de comida y de encuentro, donde reunirse alrededor del fuego, integrando la tradición local en un entorno de convivencia.
Mientras la torre se presenta como un objeto hermético, el quincho y el galpón enmarcan fragmentos del paisaje a través de aberturas específicas, invitando a una contemplación pausada y direccionada de la inmensidad del entorno.
La elección del ladrillo como material principal refuerza el vínculo con el lugar. Producidos en el propio campo con tierra local, estos muros de tierra cocida hacen referencia a las ruinas del Camino Real y dialogan con los pastizales de color rojizo que caracterizan el paisaje. En los elementos horizontales, como el galpón y el quincho, los ladrillos se colocan sin juntas visibles, generando una superficie continua que enfatiza la simplicidad formal. En contraste, la torre se construyó utilizando los ladrillos descartados de las estructuras horizontales, aquellos que, por estar más cerca del fuego al momento de su cocción, presentaban una mayor deformación de la tolerada para la construcción de las envolventes en los edificios horizontales. De esta manera, se evita el desperdicio y se evidencia una diversidad material, con variaciones de tono y tamaño en cada uno de los ladrillos.
Por otro lado, mientras que la construcción en ladrillo aprovecha el conocimiento artesanal de la mano de obra local, las cubiertas de hormigón prefabricado y pre-tensado permiten cubrir grandes luces de manera eficiente, optimizando recursos y tiempos de montaje. Esta solución híbrida y pragmática se enfoca en las posibilidades constructivas reales en pos de la viabilidad del proyecto.
En última instancia, el proyecto se plantea como una arquitectura que pretende trascender un tiempo fugaz para integrarse en un tiempo histórico. Estas infraestructuras rurales, en su abstracción y sobriedad, se presentan como elementos que podrían permanecer en el lugar más allá de su funcionalidad inmediata, inscritas en una narrativa que reconoce la relación entre el hombre, el territorio y el paso del tiempo.















